Mi Acera




Un objeto anticuado adornando, o dependiendo de quién lo observe, empeorando el aspecto del lugar, mejor digamos la calle en donde se me ocurra estacionarme. Una antigüedad. ¡Y Pensar que en eso me convertí en realidad, en algo viejo!... La niñez y la juventud se me esfumaron extrañamente, tan rápido como sucede un chasquido de dedos. A veces pienso que fue prematuro porque no sé cómo sucedió. Es como si de repente una maldición se hubiera posado sobre mí, y un día me levanté y me observé viejo; vi mi rostro y ya se me había agotado casi como por magia la juventud, esa de la que tanto presumí, por la que vociferé sin miedo tantas cosas, por lo que me confié de que era muy pronto para preocuparse por cumplir sueños, metas y esas cosas que catalogué como secundarias. Y hoy que me paré, que me miré y todo ha sucedido tan inmediato como lo confieso, además de viejo estaba hundido, con sueños apilados llorando bajo mi almohada, mojándome las noches y las mañanas, y el rol aquel de personaje secundario que le había dado a ellos ahora me pertenecía a mí. Me desarmaba y me armaba en piezas y tuercas el calificativo aquel que me resonaba por ahí como una voz vagabunda dentro de mi cabeza: Yo, personaje secundario de mi propia historia. Yo, casi espectador de la escena no ocurrida, no sucedida. Yo, el hombre sin sueños, el anciano muerto en vida, sin rumbo, sin santo ni seña. El hombre que fue joven un día, como todos, que prefirió vivir un pasado eterno en sus días, que odiaba los futuros y que acribillaba y sigue acribillando entre tanta lamentación al presente.

Ya todos pasan por esta calle, caminan, conversan, ríen, otros lloran, y yo solo veo... A veces prefiero no ver más, y cierro mis ojos, y con la mano extendida me quedo, esperando que caiga en ella una moneda que me recuerde lo miserable y bajo que caí, que me recuerde la dependencia existencial de la lástima que tengo, la única que me hace sentir vivo, mal, pero vivo.

Ellos, los jóvenes, y hasta los viejos con más suerte que la mía, me ven y me creen un simple pordiosero. Yo soy más que eso, soy mis frustraciones gozando su victoria, mi pasado riendo, mis fracasos encarnados en mi. No me baño porque tampoco quiero que se me quiten con el agua mis desgracias, al menos así algo tengo, y sin ellas me quedaría completamente solo. Prefiero seguir aquí, durmiendo en la acera, en el cartón, cobijado con hojas de diarios y pidiendo limosnas, para al menos sentirme victorioso por existir, por habitar, por ser.




Minda

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