Malditos


Lamento haber llegado tarde a verlos. El tráfico fue difícil. Siempre que llego tarde a algún lugar me siento muy apenada. Como ahora. Apenada y todo pero no dejo de llegar tarde. Forma parte de mi marca registrada. Creo. O qué se yo. De cualquier forma, lamento llegar tarde esta noche a verlos. El tiempo es oro, lo sé. Pero ustedes tienen la dicha de que el tiempo no los toca ni por un segundo. A ustedes qué rayos tiene que importarles el tiempo ¿Si me hago entender verdad? Qué noción pueden tener de tiempo y de espacio ustedes que siempre están ahí mirándome. Sin oficio. No se van a hacer otra cosa más importante con sus vidas que estar ahí estacionados. Viéndome vivir. Escuchándome respirar. Comiéndose mis dramas.

A veces me siento bienaventurada de tenerlos para escucharme. O tras me da rabia la desesperación que siento por contarles mis cosas. Rabia me da también porque tengo que pedirles perdón por llegar tarde a mi propia casa. La casa que invadieron desde que era pequeña. ¿Se acuerdan, verdad? Yo sí. En esa época me servían para algo. Ahora son inútiles. Qué casualidad más grande. Inútiles ustedes e inútil yo. No sé todavía si lo inane se me pegó de ustedes con el paso de los años, o a ustedes se les pegó de mí desde el momento que llegaron a mi vida uno a uno. Porque imagino que se acuerdan cuando llegaron a mi vida. ¿Verdad que sí?

 Me gustaría que al menos respondieran algo. Pero no. Con la cara tiesa como siempre solo me ven. Me ven y yo lanzando mi verborrea. Esa que tanto les gusta. Yo sé que adoran mi labia. Mi garbo al decir lo que sea que diga. Se torna maravillosa cualquier idea saliendo al exterior por mi boca. Valga o no valga un centavo lo que yo digo, sé que si tuvieran dinero estarían pagándome solo por escucharme. Sé que cada vez que empezamos una de nuestras reuniones los embriago de mí tanto que solo desean escucharme más y más. Yo sé que les gusta porque sino se hubieran largado. Cierto que no pueden largarse. Siento mucho que tampoco puedan moverse de ahí. Sé que envidian mi locomoción. Es más, sé que me envidian a mí también. Como ser. Como persona. Aman mi raza. Mi raza humana. No traten de guardarse dentro de sus caras secas el asombro por lo que estoy diciéndoles. Yo lo sé todo. De ustedes al menos lo sé todo. No así ustedes conmigo. ¿Si me explico verdad? Ustedes solo saben de mí lo que yo les dejo ver. Y lo que yo les cuento cuando me siento aquí frente a ustedes. Aunque sé que también me husmean. Son una chusma completa.

Esta silla está tan dura. Me parece que ya debo cambiar de silla. ¿No les parece? Que si no les parece, acabé de preguntar. ¡Me gustaría que por alguna maldita vez en sus malditas vidas me dijeran si sí o si no! Que no van a hablar. No me hagan usar la fuerza que tengo en reserva. Pero tienen suerte que esta noche no tengo ganas de sacarla. No hablen entonces. Sigo yo. No es cierto que llegué tarde por el tráfico. Llegué tarde porque me fui a un bar. No fui a beber. Beber me da pereza y me da miedo. Miedo a envejecer. Fui al bar a mirar a toda esa gente. Esa gente que va a los bares es genial. ¿No les parece? Es una reunión magistral de todos los arquetipos que puedan existir, donde ninguno sabe que eso es una reunión de arquetipos. Son todos distintos pero todos tan igualados. Es más, todo el mundo es igual a todo el mundo. Yo lo veo así. Todos los humanos que veo son uno solo que se subdivide en muchos. Los he conocido de todas las nacionalidades, religiones, filosofías. Y todos son el mismo drama. Lloran igual. Ríen igual. Van a cagar igual que todos. A veces se estriñen y otras les da diarrea. Ni por mucha plata que tengan dejan de sentirse miserables igual que los pobres. Los pobres y los ricos. Quién se habrá inventado semejante estupidez. Los pobres han llegado a creer que los ricos son una clase superior. Los ricos aseveran que los pobres son una clase inferior. Malditos confundidos. Malditos engañados. Todos se van a morir un día. ¿Si saben eso ustedes verdad? Todos nacieron envueltos de líquido amniótico y a todos se los llevará la misma muerte. Ahora díganme cuál es la maldita diferencia entonces. Cúal porque no la hallo. Es el papel ese que llaman moneda. Es pregunta. Estúpidos mudos, díganme si es acaso ese papel impreso que les hizo creer que existe diferencias. Unos se creen más y otros se creen menos que los que se creen más. Eso me da rabia. Me da risa también.

Ellos actuaban para mí en el bar y no lo sabían. Juegan todo el tiempo a ser diferentes personas. A amarse. Desamarse. Ilusionarse. Romperse el corazón entre ellos. Gozar. Sufrir. Todas esas son solo excusas que buscan para encontrarle sentido a la vida. Y cuál es el sentido de la vida?

Mis estimados, el sentido de la vida es que la vida no tiene sentido. Ése es el maldito sentido que todos ellos desconocen. Me gusta verlos aturdidos tratando de provocarse sentimientos. Sean buenos o malos. Los que sean, para encontrarse con algo. Buscan sin cesar algo. Hay algo que todos están buscando y que jamás van a encontrar. Van a morirse buscando. Vayan y díganle a todos esos plastas que no hay nada que buscar y nada que encontrar.  Se pierden en medio de la vida todos esos idiotas de ese bar de idiotas buscando sentir algo idiota. Es que no hay nada que sentir. ¿Sí me entienden lo que digo verdad? Nada.

Saben qué. Ya se me quitaron las ganas de hablar. Inertes. Lo que se me apetece ahora mismo es deshacerme de ustedes. Me fastidian sus ojos de lástima sobre mí. Me jode la vida abrir los ojos y verlos mirándome. Me jode que sean la última cosa que vea antes de dormir. Soy  una mujer adulta. No una niña. Quién los necesita. Esta casa no es mía pero es como si lo fuera. Uno de estos días me verán largándolos de aquí. Tengo edad suficiente como para decidir qué hacer con mi vida y mis cosas y aunque los odie ustedes son mis cosas. Mis sesiones periódicas con ustedes son exclusivamente para practicar mi oratoria. Nunca tengo nada sustancial que decirles. Nunca sé por dónde voy a empezar y por dónde terminaré. Despídanse. Los voy a matar ahora mismo. Se los advierto para que no hagan ruido. Los papás de la perdedora que tienen delante de ustedes están durmiendo. Me harté de rendirles explicaciones de mi vida por inercia. Por eso los voy a partir en  mil pedazos para que dejen de mirarme y de aturdirme. Sus felpudos cuerpos voy a aniquilar. Ven esta tijera que tengo en manos. Los voy a acariciar con ella suavemente hasta rasgarlos. No va a doler. Malditos. Digan algo. No van a hablar. Entonces me despido yo. Adiós animales absurdos de felpa.





Mindita

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Nadie



Él se metió en mi vida, y cuando se fue, se metió en el vaso de la estantería que me correspondía, el que lleno de aire estaba. Vacío de líquido y lleno de nada. Un recipiente esperándome.  Correspondía a mi historia desde antes de nacer aquél, y los demás vasos que por mi mano pasarán esta noche. Hoy. Un mesero lo toma del escaparate para dármelo lleno de lo que pido. Vodka, mesero. Pero fue Él quien lo atestó de hielo,  de él y de alcohol.

Agarró mi mano, Él. Manipuló mis dedos, de tal modo que pude asir el vaso saturado de licor, ayudada por su tacto. Estoy seducida en el viaje de la copa a mis labios, por su mano. Bebí. Se metió a todo el cuerpo mío, como solía hacerlo, no en metáforas, en actos.

Embriagó cada célula. Alcoholizó mis sentidos. Ejercía. No hubo nadie más que yo debajo de mi dermis para presenciarlo. Nadie mejor que yo para atestiguar los hechos.

Por la boca se me metió a la vida, desde un vaso. El borde todo frío. Por fuera del vidrio su frío también. Helaba el momento.  Momento consumado entre cubos de hielo. Su silencio en el frío. El frío en Él. En mi mano el vaso. En el vaso todo y nada. Y nadie. Mis venas sedientas quitaron la pausa que la cabeza implantó para poder pensar. Y entonces podía sorber una vez más. Otra copa. Mesero, otro más.

La música chirriaba. Ambientaba con alaridos. No entiendo nada esa música absurda. Absurda como toda esta gente “chic”. Qué me miras. Los golpes retumban la pared y rebota sobre los cuerpos que allá bailan, que conversan, que ríen. Mis pies sienten las ondas de la danza  y se mueven. De aquí para allá, de allá para acá. Bailan mis pies. Todo lo demás de mi ser se contagia al son. Lo había bebido a Él en cada vaso. Estaba adentro de mí, pero adentro no había nadie. Ni siquiera yo. Estaba llena de nadie y de nada. Vacía pero llena. Como el vaso al inicio y al final. Yo y el vaso. El vaso y yo. Tomó mi mano y me sacó a bailar, Él. Ella baila sola, es la voz del murmullo. Ella ya no piensa. Tampoco siente. Ella bebe, baila y se pierde en el vacío. Ella: yo. Yo: él y los vasos helados de alcohol. Él: Nadie. Nadie: Yo, él, los vasos de alcohol, la voz del murmullo, el vacío.



Mindita

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