Caminata de media noche.






Pensaba en esos días y esas noches. Las melodías y sus letras. Canciones. Los libros. El otoño. Pensaba en lo que no debía pensar. Necesitaba ir a algún lado. Como si buscara algo. Como pretendiendo encontrar algo. Alguien.  Pero en ningún lado está. Ni siquiera en su casa. Tampoco en la ropa que usará ahora. Ni en sus zapatos.  En su cuerpo tampoco se encuentra. En él tampoco existe él mismo. Quimera. Utopía pura.  Caminaba mirando al cielo. Las manos en los bolsillos comprobaban que mis piernas todavía andaban. Arriba una estrella solitaria me miró. Nos miramos. Nos enamoramos a primera vista. Oh no. Aquí voy otra vez.







Mindita

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Malditos


Lamento haber llegado tarde a verlos. El tráfico fue difícil. Siempre que llego tarde a algún lugar me siento muy apenada. Como ahora. Apenada y todo pero no dejo de llegar tarde. Forma parte de mi marca registrada. Creo. O qué se yo. De cualquier forma, lamento llegar tarde esta noche a verlos. El tiempo es oro, lo sé. Pero ustedes tienen la dicha de que el tiempo no los toca ni por un segundo. A ustedes qué rayos tiene que importarles el tiempo ¿Si me hago entender verdad? Qué noción pueden tener de tiempo y de espacio ustedes que siempre están ahí mirándome. Sin oficio. No se van a hacer otra cosa más importante con sus vidas que estar ahí estacionados. Viéndome vivir. Escuchándome respirar. Comiéndose mis dramas.

A veces me siento bienaventurada de tenerlos para escucharme. O tras me da rabia la desesperación que siento por contarles mis cosas. Rabia me da también porque tengo que pedirles perdón por llegar tarde a mi propia casa. La casa que invadieron desde que era pequeña. ¿Se acuerdan, verdad? Yo sí. En esa época me servían para algo. Ahora son inútiles. Qué casualidad más grande. Inútiles ustedes e inútil yo. No sé todavía si lo inane se me pegó de ustedes con el paso de los años, o a ustedes se les pegó de mí desde el momento que llegaron a mi vida uno a uno. Porque imagino que se acuerdan cuando llegaron a mi vida. ¿Verdad que sí?

 Me gustaría que al menos respondieran algo. Pero no. Con la cara tiesa como siempre solo me ven. Me ven y yo lanzando mi verborrea. Esa que tanto les gusta. Yo sé que adoran mi labia. Mi garbo al decir lo que sea que diga. Se torna maravillosa cualquier idea saliendo al exterior por mi boca. Valga o no valga un centavo lo que yo digo, sé que si tuvieran dinero estarían pagándome solo por escucharme. Sé que cada vez que empezamos una de nuestras reuniones los embriago de mí tanto que solo desean escucharme más y más. Yo sé que les gusta porque sino se hubieran largado. Cierto que no pueden largarse. Siento mucho que tampoco puedan moverse de ahí. Sé que envidian mi locomoción. Es más, sé que me envidian a mí también. Como ser. Como persona. Aman mi raza. Mi raza humana. No traten de guardarse dentro de sus caras secas el asombro por lo que estoy diciéndoles. Yo lo sé todo. De ustedes al menos lo sé todo. No así ustedes conmigo. ¿Si me explico verdad? Ustedes solo saben de mí lo que yo les dejo ver. Y lo que yo les cuento cuando me siento aquí frente a ustedes. Aunque sé que también me husmean. Son una chusma completa.

Esta silla está tan dura. Me parece que ya debo cambiar de silla. ¿No les parece? Que si no les parece, acabé de preguntar. ¡Me gustaría que por alguna maldita vez en sus malditas vidas me dijeran si sí o si no! Que no van a hablar. No me hagan usar la fuerza que tengo en reserva. Pero tienen suerte que esta noche no tengo ganas de sacarla. No hablen entonces. Sigo yo. No es cierto que llegué tarde por el tráfico. Llegué tarde porque me fui a un bar. No fui a beber. Beber me da pereza y me da miedo. Miedo a envejecer. Fui al bar a mirar a toda esa gente. Esa gente que va a los bares es genial. ¿No les parece? Es una reunión magistral de todos los arquetipos que puedan existir, donde ninguno sabe que eso es una reunión de arquetipos. Son todos distintos pero todos tan igualados. Es más, todo el mundo es igual a todo el mundo. Yo lo veo así. Todos los humanos que veo son uno solo que se subdivide en muchos. Los he conocido de todas las nacionalidades, religiones, filosofías. Y todos son el mismo drama. Lloran igual. Ríen igual. Van a cagar igual que todos. A veces se estriñen y otras les da diarrea. Ni por mucha plata que tengan dejan de sentirse miserables igual que los pobres. Los pobres y los ricos. Quién se habrá inventado semejante estupidez. Los pobres han llegado a creer que los ricos son una clase superior. Los ricos aseveran que los pobres son una clase inferior. Malditos confundidos. Malditos engañados. Todos se van a morir un día. ¿Si saben eso ustedes verdad? Todos nacieron envueltos de líquido amniótico y a todos se los llevará la misma muerte. Ahora díganme cuál es la maldita diferencia entonces. Cúal porque no la hallo. Es el papel ese que llaman moneda. Es pregunta. Estúpidos mudos, díganme si es acaso ese papel impreso que les hizo creer que existe diferencias. Unos se creen más y otros se creen menos que los que se creen más. Eso me da rabia. Me da risa también.

Ellos actuaban para mí en el bar y no lo sabían. Juegan todo el tiempo a ser diferentes personas. A amarse. Desamarse. Ilusionarse. Romperse el corazón entre ellos. Gozar. Sufrir. Todas esas son solo excusas que buscan para encontrarle sentido a la vida. Y cuál es el sentido de la vida?

Mis estimados, el sentido de la vida es que la vida no tiene sentido. Ése es el maldito sentido que todos ellos desconocen. Me gusta verlos aturdidos tratando de provocarse sentimientos. Sean buenos o malos. Los que sean, para encontrarse con algo. Buscan sin cesar algo. Hay algo que todos están buscando y que jamás van a encontrar. Van a morirse buscando. Vayan y díganle a todos esos plastas que no hay nada que buscar y nada que encontrar.  Se pierden en medio de la vida todos esos idiotas de ese bar de idiotas buscando sentir algo idiota. Es que no hay nada que sentir. ¿Sí me entienden lo que digo verdad? Nada.

Saben qué. Ya se me quitaron las ganas de hablar. Inertes. Lo que se me apetece ahora mismo es deshacerme de ustedes. Me fastidian sus ojos de lástima sobre mí. Me jode la vida abrir los ojos y verlos mirándome. Me jode que sean la última cosa que vea antes de dormir. Soy  una mujer adulta. No una niña. Quién los necesita. Esta casa no es mía pero es como si lo fuera. Uno de estos días me verán largándolos de aquí. Tengo edad suficiente como para decidir qué hacer con mi vida y mis cosas y aunque los odie ustedes son mis cosas. Mis sesiones periódicas con ustedes son exclusivamente para practicar mi oratoria. Nunca tengo nada sustancial que decirles. Nunca sé por dónde voy a empezar y por dónde terminaré. Despídanse. Los voy a matar ahora mismo. Se los advierto para que no hagan ruido. Los papás de la perdedora que tienen delante de ustedes están durmiendo. Me harté de rendirles explicaciones de mi vida por inercia. Por eso los voy a partir en  mil pedazos para que dejen de mirarme y de aturdirme. Sus felpudos cuerpos voy a aniquilar. Ven esta tijera que tengo en manos. Los voy a acariciar con ella suavemente hasta rasgarlos. No va a doler. Malditos. Digan algo. No van a hablar. Entonces me despido yo. Adiós animales absurdos de felpa.





Mindita

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Nadie



Él se metió en mi vida, y cuando se fue, se metió en el vaso de la estantería que me correspondía, el que lleno de aire estaba. Vacío de líquido y lleno de nada. Un recipiente esperándome.  Correspondía a mi historia desde antes de nacer aquél, y los demás vasos que por mi mano pasarán esta noche. Hoy. Un mesero lo toma del escaparate para dármelo lleno de lo que pido. Vodka, mesero. Pero fue Él quien lo atestó de hielo,  de él y de alcohol.

Agarró mi mano, Él. Manipuló mis dedos, de tal modo que pude asir el vaso saturado de licor, ayudada por su tacto. Estoy seducida en el viaje de la copa a mis labios, por su mano. Bebí. Se metió a todo el cuerpo mío, como solía hacerlo, no en metáforas, en actos.

Embriagó cada célula. Alcoholizó mis sentidos. Ejercía. No hubo nadie más que yo debajo de mi dermis para presenciarlo. Nadie mejor que yo para atestiguar los hechos.

Por la boca se me metió a la vida, desde un vaso. El borde todo frío. Por fuera del vidrio su frío también. Helaba el momento.  Momento consumado entre cubos de hielo. Su silencio en el frío. El frío en Él. En mi mano el vaso. En el vaso todo y nada. Y nadie. Mis venas sedientas quitaron la pausa que la cabeza implantó para poder pensar. Y entonces podía sorber una vez más. Otra copa. Mesero, otro más.

La música chirriaba. Ambientaba con alaridos. No entiendo nada esa música absurda. Absurda como toda esta gente “chic”. Qué me miras. Los golpes retumban la pared y rebota sobre los cuerpos que allá bailan, que conversan, que ríen. Mis pies sienten las ondas de la danza  y se mueven. De aquí para allá, de allá para acá. Bailan mis pies. Todo lo demás de mi ser se contagia al son. Lo había bebido a Él en cada vaso. Estaba adentro de mí, pero adentro no había nadie. Ni siquiera yo. Estaba llena de nadie y de nada. Vacía pero llena. Como el vaso al inicio y al final. Yo y el vaso. El vaso y yo. Tomó mi mano y me sacó a bailar, Él. Ella baila sola, es la voz del murmullo. Ella ya no piensa. Tampoco siente. Ella bebe, baila y se pierde en el vacío. Ella: yo. Yo: él y los vasos helados de alcohol. Él: Nadie. Nadie: Yo, él, los vasos de alcohol, la voz del murmullo, el vacío.



Mindita

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A él. Sí. A ti.



No me he ido. Aquí estoy. No me iré. Las ganas no se van, del amor, no, no se van. Las ganas no se pierden, las vengo ganando sin desear. Sin planear.
Recorro los pliegues de un amor, del mío. Sentimiento sin las dos últimas sílabas. No miente. No sabe siquiera hablar, mucho menos engañar. Sentimiento callado. Meditativo. Es. No le interesa mucho o poco del mundo sus afanes. Mas o menos sus intereses radican en él. En ti.
Hay un amor en mí que no es comunicación, porque no necesita retroalimentación. Aunque la voz de él esté o no, no se va, no se borra, no se olvida. Acontecimiento personal. Muy privado. Muy mío. Amar porque sí. Amar porque nació en un día, en un mes inconcluso de veintiocho días. Amor que nunca muere. Siempre estuvo por allí, antes de él también, pero me hacía sonreir por cosas. En cosas amaba, en situaciones soñaba. Y un día apareció. Hoy estoy en él.
Como la materia, el amor es energía. No se pierde. No se destruye. Se transforma. Fluye. Es.
Decidí amar y nunca tomé esa decisión. La decisión me tomó a mí por sorpresa. Aquí estoy. La mano arrancó el corazón del pecho, de su centro. La mano, esa mano mía, se extendió. Regaló. A él. A ti el corazón. Mi corazón.
No necesita el implicado querer o no que lo amen. El suceso es inesperado. Inigualado. Incomparable. Increíble. No pide permiso para posarse, el amor sobre otro.  Le hablo nuevamente a él. Le hablo a la misma persona. Hablo del mismo hombre. Solo de uno. De ti.
Sigo siendo yo. Un poco rara tal vez. Ahora estoy repartida entre tú y yo. En la parte del yo no estoy tan presente, me he sorprendido de vez en cuando vagando en ti, sin permiso. Si me ves dime de mi parte que puedo seguir por donde quiera, y dime que te diga que no necesitas hacer nada. Todo está hecho aunque no esté elaborado. Asunto personal. Amor incondicional. Amor. Solo eso. Cuatro letras que contienen al mundo entero. Que giran al mundo. Lo que todos buscan. Felicidad. Felicidad, nombre de pila del Amor. Ah. Dime también que te diga que he soñado una vida entera contigo. En ti. Que te amo aunque no digas nada, aunque no te vea. Te amo por existir. Amo tu ser y tu sonrisa aunque no las vea todos los días. Solo quiero hacerte vivir con mi amor. Solo quiero explotar con una dinamita todo eso que siento, y construirte con eso una vida feliz. Una vida para dos, una vida para llevar.
Vengo a decirle a él. Sí, a ti, que te amo porque sí. Motivos hay y también no los hay. Es un misterio. No le estoy buscando respuesta. No me interesa. Mi vida está inundada al tope de sentimientos. No sé si un día te amaron así. Yo puedo describir lo que se siente ser el portador del amor aquél. Se siente muy lleno mi pecho que a ratos se desborda el río por mis ojos. El acontecimiento espiritual de la vida. De mi vida. Que me lleva a desearlo todo. A querer todo. A estar dispuesta a todo por vivir ésa vida en él. Contigo. Dormir en tu pecho todas las noches de mi vida. Y ojalá de mis próximas vidas. No caben dudas. Solo caben certezas. Mi vida se enamoró de él. Sí. De ti.



Minda

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El Encuentro Perdido.



01:10 am. Escribí adiós. Exagero. Dijimos  buenas noches. Buenas noches tú, buenas noches yo. El beso de despedida. Mua. El te quiero. La distancia que nos quedaba ardiendo en la boca, en la saliva, en la cama. El fuego del cuerpo ausente, presente. Las promesas no dichas, pero ya existentes, allí, presentes también. Un collage de cuerpo, almas, espacio, objetos decorativos que mis ojos distinguen a oscuras en mi habitación, anhelos, sueños. Tú y yo, así nomás. Nombres apellidos, sueños, más sueños. Anhelos, más anhelos. La puerta abierta estaba, y por allí salían sentimientos, iban a tomar aire al pasillo cuando me los gastaba de tanto sentirlos, y volvían a acostarse conmigo en mi cama. Sentimientos encontrados en el ambiente. Viajaban los tuyos y los míos los recibían. Algarabía. Y cayendo en cascada sobre mí cuerpo. Transitorio terreno: mi cuerpo. “Mi cuerpo” suena tan falso. Ahora que lo recuerdo parece haber sido el cuerpo de alguien más. Cerré los ojos. Ojos cerrados. Ojos en off. Ojos que no querían cerrarse y que obedecían órdenes, las mías. La frenética situación confusa de dormir al cuerpo cuando el alma quiere jugar a seguir amando. El sueño se avecinaba. En el trance de llegar al sueño apareciste. Te vi, nos vimos, unísona presencia. Verbo ser en acción pura. Momento flash. Ojos abiertos. Sueño trance finalizado. Corazón palpita; no te salgas corazón. No fue un sueño, no llegué a dormir del todo. Estaba despierta, estaba dormida. Cerrar los ojos de nuevo. El corazón palpitaba fuerte, más. Tun, tun, tun, tun. Basta. Manos temblando, y en medio de ellas las tuyas. Se sentía bien. Girar el cuerpo de izquierda a derecha, de derecha volver a la izquierda y acomodarse nuevamente para dormir. ¿Dormir?, ¿acaso dije dormir? Se sentía la presencia única de él, sí, la tuya. Ojos cerrados todo el tiempo, el encuentro de almas ocurría, transcurría. Casi dormida, otra vez, el corazón acelerado. Te ibas, tu ausencia pesaba. Te ibas y la desesperación en el pecho. Ojos abrir, miedo absoluto apoderándose. Apretar teclado de celular para que la luz sea alumbrando. Ojos vagando, desenfocados. Descifrar en el momento, imposible. Descifrar lo indescifrable. Describir lo indescriptible. Percibir lo imperceptible. Eso. No entender nada y entenderlo todo. Las antenas telecomunicadoras del espíritu cayendo. El cuerpo lo sintió, el cuerpo anunciando lejanía. Mirar pantalla de teléfono celular para volver en mí. Volvía en mí. Calma. Ojos cerrar. Cómo cuesta dormir cuando se ama de verdad, pensé. De nuevo cuerpo girado hacia la pared, lado izquierdo. Pensar en ti significa traerte a mí, otra vez, por default. No planeado. No planificado. No estratégico. Normal, natural. Como la vida, ocurre. Allí estaba tu alma recostada a mi izquierda. Empezó a colarse en mí. Nos unimos. Nos unimos sin planear. No en sexo, no en cuerpo. Nos unimos en alma. Comunión. Uno solo. Solo uno sin brazos, sin piernas, sin ojos ni boca ni piel. No cabello. No nada. Estábamos. Simplemente el verbo estar en ejecución plena. Cuando tienes al verbo estar en acción, entonces te fijas que simplemente eres. Dos verbos en uno. Dos verbos que comunican a la misma acción. Dos verbos y una sola acción. Personas convertidas en verbo. Los nombres decorativos que nos fueron dados al nacer, como identidad, son verbos. Tú y yo. Tú más Yo. Dos que suman uno. Dos pronombres sin interés de llamarse sino de conjugarse. Verbo. Acción. No dormía, no vigilaba. Nirvana. No medio punto sino punto medio. Allí, ni muy allá ni muy acá. En el centro del tiempo y el espacio. Un lugar sin nombre, sin ubicación. La consciencia de estar allí despertó el miedo. Huías entonces del lugar de nuestro encuentro que no era mi cuerpo pero tampoco estaba fuera de éste. Yo abandonaba el cuerpo para continuarte. El traje de piel que llevo usando ahora mismo, me quedaba grande. Me desprendía yo del atuendo, lo sentía flojo. Liberación repentina, momentánea. Fui consciente de aquello y el miedo me inundó nuevamente. Dosis doble de miedo. Terror. Seguía en marcha el deshacerme de mi cuerpo, y no lo había planeado. Segundos. Uno, dos, máximo tres. Como en los sueños, todo en corto tiempo y que resulta eterno. Ya no estabas más, ni siquiera cerca de mi presencia. Nada. Y yo que seguía levantándome lentamente del cuerpo humano. Cuerpo humano. Material. Ese que me recubre y permite habitar en este tiempo y espacio llamado vida. Mover las manos, los pies, la cabeza para traerme de vuelta. Funcionó. Funcionó pero seguía diez milímetros más lejos de mi cuerpo. Podía moverlo, dominarlo con mis pensamientos aún podía. Podía dominarlo aún pero mi alma ya no estaba colocada perfectamente sobre el molde. Ahora la diferencia era palpable. Mover la mano rápidamente. Alcanzar el teléfono celular para poder ver, ver y focalizar la mirada. Regresar como necesidad a mí, a lo que me han dicho que soy yo. Mi templo. Mi cuerpo. Dónde habito. Necesitaba regresar totalmente a la vida que casi estaba huída. La mano derecha no encontraba el celular. Desesperación en el  cuerpo, aún podía sentir. Era consciente de que al menos estaba allí todavía, conectada al cuerpo de alguna forma aunque me sintiera fuera de éste. Estaba. Pero estaba y no estaba. Sí y no. Sí pero no. Lo tuve entre mis manos. Encontré el bendito celular. Teclas pulsar. Ojos miran pantalla. Es tan extraño. El primer pensamiento al ver la luz: Tú. Tú que dormías allá en dónde estabas esa noche, anoche. Empezaba a volver en mí. La distancia entre mi cuerpo y yo ya se sentía de 5 milímetros. Era un avance al menos. Manos frías. Reviso tu último mensaje. Te pienso. Te escribo. Necesitaba contarte y decirte que estuviste conmigo mientras dormías. Decirte que casi me voy para alcanzarte allá, en tu cama. No. Para qué contar algo que no puedo siquiera describir bien en ese momento. Sentada. El cuerpo se compactó de nuevo con el alma. Cero milímetros de distancia. Estacionada por completo en mi cuerpo, mi casa. El templo. Siento temor de volver a la experiencia ocurrida. Sentí miedo que, de experiencia, se convierta otra vez en experimentación. Acomodar el cuerpo hacia la izquierda de nuevo. Googlear cualquier idiotez para leer y quedarme dormida de cansancio. Era mejor no pensar más. No sabía si había interferido en tus sueños. Tampoco quería volver a intentar escapar de mi cuerpo. Era hora de dormir. 2:08 am. El silencio de la noche me acosaba. Hablaba. Decía que intentaría irme otra vez. Traté de huir de mí y no pude. Abrir cajón con mano derecha. Sacar iPod. Kashmir. Yellow. Caer en el vacío del sueño. Aquí estoy.





Minda

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No se lo conté jamás a nadie


Las llamas quemaban, los dos cuerpos dormidos desnudos en la cama. Despertó él con el olor a humo, él la despertó a ella. La muerte habría llegado pensó él y tenía que pelear por su vida y la de su amor. Ella gritaba desesperada –No quiero morir, no todavía. Las sábanas entre las que se amaron, esas sábanas, los cuerpos cubrir –Moriremos. –No, estamos juntos. El fuego los esperó dos segundos mientras se besaron. Avanza ella descalza, él va detrás. Las llamas arden, huyen entre fuegos. las sábanas empiezan a arder también. Ella grita, él no ve nada, solo cierra los ojos mientras sigue corriendo, tratando de la puerta localizar. El agarra la perilla, la maldita perilla que destroza su mano, las llamas nuevamente le dan un tiempo “bonus”, tres segundos, él piensa en ella, no puede volver a buscarla, su cuerpo está quemándose también, las llamas quitan la pausa, y él prosigue, se atreve a agarrar la puerta con el poco espacio sin quemar de la sábana, se descubre la cara. El grita -La abrí, la abrí, nos salvamos, la abrí. Ella no responde y él escucha un llanto. Abrió la puerta, el incendio no ha ocupado aún toda la casa, puede correr a penas hacia la puerta principal, la que está en la pequeña sala de su casa para buscar ayuda. Afuera todos, los vecinos, los bomberos apenas llegando se alistan a apagar el fuego, los perros aullando a la luna en la esquina derecha de la casa junto a la cerca, la esposa. Sí, dije su esposa, ésta lo recibe y llora, llora como nunca antes vi llorar a una mujer. Le quita las sábanas, llama a una ambulancia. Está quemado, está herido, el rostro presenta quemaduras, las manos no las puede mover, los pies destrozados, casi no respira. Lo suben a la ambulancia, él no quiere, él grita: -sáquenla a ella, sáquenla. La esposa pregunta a quién. El solo dijo -la amo, salvenla. Los bomberos apagan el fuego. Ella ha muerto y nadie sabe quién es ella, solo saben todos que está desnuda. El murió camino al hospital. A la esposa a veces la veo limpiándose una lágrima, a veces dos. Aún llora por él, a veces es amor, otras veces son solo lágrimas de odio.




Minda

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