Lo que el viento un día se llevó




No se acostumbra al ruido del mundo, al que es realmente fuera del vientre de mamá, lo probó ya y quiere huir. Solo se le apetece llorar, no sabe qué más hacer, no tiene aún ideas como para organizar pensamientos, que ausentes también, dejan a sus lágrimas más espacio por donde circular.

Espera que mamá comprenda el motivo de su lamento. Espera que mamá se dé cuenta de que no quiere que se le despegue la hoguera de su cuerpo jamás, que siente frio todo el tiempo aunque la arropen con cobijas, que necesita su calor humano, que todavía quiere coexistir y ya la lanzaron de golpe a la soledad, al cuerpo de a uno.

Se siente tan pequeña, minúscula, desvalida… tan sola. Se le olvidó que hace nueve meses ya que es humana, que ya no es más espermatozoide y óvulo, que ahora es vida, ¡Vida!... Y ella solo llora, y ella no entiende lo grandioso, la gloria y el triunfo que su vida significa, que aún envuelta entre sus océanos de lagrimas de cristal, es la luz de los  ojos de papá, de mamá y de cuánto ojo oportuno se cruce por su delante para admirarla.





Es que era muy bella, tanto, que cinco días fueron suficientes para que a cualquiera le quedara claro que sus ojos verdes eran un mar inmenso, que su piel era la vida y su vida… un Sol, un inmenso sol.


No hay nada más que contar.



Minda.

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