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Mi pelota mágica





La escuela estaba repleta de hojas secas caídas desde los árboles, hasta el suelo. Barría el piso el portero del lugar con su escoba de espinas de peces prehistóricos, me contó el dato mi abuela, el día en que le pregunté por qué le faltaban pelos. Abrí la puerta con cuidado, para que nadie notara mi presencia en el lugar. Mamá no sabía que yo estaba allí, mamá creyó que yo estaba en el parque, frente a la puerta de mi casa, jugando… En realidad yo quería jugar, pero pensaba todo el tiempo en mi pelota, la que había dejado olvidada en la escuela. No soportaba la vida sin esa pelota. – Papá quiero esa pelota, esa pelota quiero, esa pelota quiero, quiero, quiero. Y me eché a llorar en el piso. – Hijo, en esta feria hay pelotas feas, yo te voy a comprar una mejor mañana. Mi llanto se prolongó por varios minutos más, y al reponerme del berrinche, mi papá, mi héroe, me había salvado del fin de mi pequeño mundo con ese balón.

Mamá una tarde me vio intentando rayar la pelota. Tuvimos entonces la conversación más seria que podía haber tenido en toda mi vida: hijito, si rayas la pelota, ella llora, es una niña, y a los niños no se los maltrata. Acércate amor, escucha que está calladita, pero si la rayas, llora. Vaya, mamá me había enseñado que yo, Marcelino Pérez, era el dueño de la pelota mágica.

-Mi pelota es la única en el mundo que puede llorar, y ustedes no la tienen. – dije en el patio, en medio de un círculo que habían armado mis amigos junto a los columpios en el patio de la escuela.
-Y si puede llorar, ¿por qué es que no la he escuchado llorar? Tú eres un mentiroso, Marcelino es mentiroso, mentiroso, mentiroso, mentiroso. – Dijo Moni
-Mi pelota es mágica, ella llora, y no me creas, no me importa, y tampoco voy a permitir que le hagan daño, nadie la va a hacer llorar jamás.
-¿Y cómo sabemos que es verdad si la pelota no llora nunca? Replicó Andrés, desde el columpio, en medio de una hazaña, casi llegando al cielo.
- Porque mi mamá me lo dijo y mi mami no es como ustedes, mentirosos todos. – Exaltado respondí.

El silencio abrazó el lugar. La pelota en mi regazo, todos querían jugar con ella cuando comprendieron la virtud, la vida de mi pelota. Y ya sabía yo que ella si soportaba las patadas, en su condición de balón, pero, ¿y si la rayaban o metían algún objeto punzocortante? Así es que no permití que nadie la tocase. Algunos la acariciaron un poco, yo la llevé hasta el sector del salón donde podíamos dejar nuestras cosas. En mi casillero reposó ella todos los días luego del receso.

Mis compañeros les contaron a la tía Eugenia, mi maestra encargada. Ella fue muy buena con mi pelota, siempre verificó que estuviera bien ubicada en su sitio, que mis amigos no la tocaran. La pelota mágica la llamaron en adelante todos los de mi salón, incluyendo a mi maestra, la tía.

El último día de clases, las vacaciones, el verano, la playa, todos soñábamos los planes que tendríamos para los largos meses venideros que disfrutaríamos en compañía del sol, seguramente. 

Salí ese recreo, con mi pelota, mi compañera de todos los días, y quería conversar con alguien. Le conté que mamá quería darme un hermanito, y que yo no quería hermanito ni hermanita, porque quería el cariño de ellos entero y total para mí. Estaba en la cancha de básquet, sentado viendo jugar a los demás niños. Se dañó el balón que usaban ellos, así es que me pidieron prestada a mi pelota mágica, se las presté porque sabía que simplemente querían jugar y no hacerle ninguna travesura extra que la despertase de su sueño y la hiciera llorar. Nunca permitiría que le hicieran daño, nunca, se lo prometí a mamá, me había olvidado de comentarlo.

La campana de finalización del recreo sonó. Yo tenía que ir de inmediato a clases de pintura, mi favorita, y mi pelota mágica seguramente se estaba divirtiendo en medio de aquel juego. Se acercó a mí el entrenador del equipo y me pidió que por favor le prestara a mi amiga y me aseguró que él la haría llegar a mi salón inmediatamente culmine el juego. Me fui pensando que había hecho feliz al equipo y a mi pelota, no podía sentirme más feliz que viendo tantas sonrisas juntas. Yo casi ya no jugaba con ella porque le había agarrado un cariño único, un afecto infinito, y cómo no hacerlo, si me escuchaba cuando necesitaba alguien cerca, me prestaba su tiempo para acompañarme. A veces, no hacía nada por las tardes encerrado en mi habitación, cuando mamá se acercaba, yo tomaba un muñeco, un Jedy, y simulaba una guerra entre galaxias. Mamá se marchaba y yo volvía a contemplar el cielo desde mi ventana, con mi pelota mágica en los brazos. Ella no tenía que hacer nada, me daba la compañía que solo un amigo podía darme. A veces tuve la sensación de que ella reía, pero tal vez fue solo mi impresión. Papá una noche mientras cenábamos me dijo que ella estaba silenciosa todo el tiempo, que lloraba si yo la hería o rayaba o coloreaba sobre ella, porque no le gustaban los colores tampoco, que eso la hacía triste. Papá y mamá, mis ídolos cuidando el bienestar de mi pelota. 

Las 12:30 y las vacaciones habían llegado. Mamá fue por mi hasta el salón aquella tarde, apresurada me agarró de la mano, y yo intentaba decirle que aún no me habían dado de vuelta a mi amiga, pero ella no me escuchó ni una a, ni una e, ni nada. Mamá estaba muy empecinada en el tiempo contra reloj que la movía como a una autómata, a su antojo. Me fui, y yo planeaba todos los días cómo llegar a la escuela. Le propuse a mamá que me llevara a jugar un día pero fue imposible. No le podía decir que era por la pelota porque sería semejante irresponsabilidad de mi parte no haberla cuidado lo suficientemente bien, siendo ella tan especial, tan susceptible, tan mágica, que de seguro no volverían a confiarme un regalo tan maravilloso como este jamás en la vida. 

Cada vez que me preguntaban por la pelota yo decía que me había aburrido de ella, que estaba guardada en un lugar secreto, dónde solo ella y yo sabíamos encontrarla.

Mi pelota en el centro de la cancha de básquet. Mis ojos saltaron al verla, mi corazón se estremeció tanto que latía por fuera del pecho. Temí que estuviera llorando. Estaba allí abandonada, allí tomando sol. Saqué de la mochila que cargaba puesta el frasco de bloqueador solar que mamá me obligaba a llevar a todas partes, la unté porque el día era tan amarillo que podría jurar que ella terminaría ardiendo en llamas si no hacía algo en ese momento.

La operación era un perfecto triunfo, la metí en la maleta, caminé hacia la puerta, y papá llegando a buscarme con policías a la escuela. Me desmoroné. Cómo podía ser posible que papá hubiese llegado a la escuela si me escapé tan bien de casa, mamá no se dio cuenta. Y resulta que sí, cuando nadie supo de mí en el barrio, llamó a papá, salió corriendo de la oficina a llamar a la policía y buscarme por todos lados.

El abrazo me partía un poco los huesos, pero alcanzaba a respirar al menos. Mi pelota cayó al piso, y mi papá la pateó, lejos. Grité, lo solté, corrí tras ella. Papá me alcanzó.

-Lamento decirte Marcelino, que tu pelota no es mágica, creo que dejé que fuera muy lejos este asunto, debes saber que fue una idea de tu mamá para que la cuidaras, para que aprendieras a valorar las cosas que te compramos, que les tomes cariño, pero siento que esta ocasión se nos pasó la mano con esto. Perdóname hijo, yo sé que quieres mucho a esa pelota, pero no voy a permitir que sigas arriesgándote por objetos insignificantes, que arriesgues tu vida cruzando una calle solo, tu solo tienes 6 años, no tienes idea de lo peligroso que es que salgas a la calle solo, los peligros, todos están en la calle, y los niños tienen a sus papás que les solucionen sus problemas. Podías decirle a mamá o a mí que tenías un problema, que olvidaste la pelota, pero llegamos a estos extremos.- Concluyó papá.

Yo partí en llanto. Lloré desconsoladamente toda mi desdicha, sí, mi desdicha, ya no era yo el niño especial sobre la tierra con la pelota mágica, ahora volví a ser un niño más. Mi historia no quedaría para los libros, ya no sería yo como Sebastián en La Historia Sin Fin. Ahora volvía a ser Marcelino Pérez, sin amiga mágica que le convirtiera sus días en verdaderos milagros mágicos, a quién cuidar, proteger, con quien contemplar el cielo, a quién contarle sus más íntimos secretos. ¿Cómo volver a la escuela el siguiente año y decirle a mis amigos que todo fue mentira, que mis papás me habían engañado?

Papá me abrazó, y en ese abrazo ahora sí sentido, abrazo partido, partido de verdad, mis lágrimas formando cortinas con el mundo, divisé a mi pelota en esa bruma de lágrimas, a lo lejos. Y la escuché llorar.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         Minda  

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A él. Sí. A ti.



No me he ido. Aquí estoy. No me iré. Las ganas no se van, del amor, no, no se van. Las ganas no se pierden, las vengo ganando sin desear. Sin planear.
Recorro los pliegues de un amor, del mío. Sentimiento sin las dos últimas sílabas. No miente. No sabe siquiera hablar, mucho menos engañar. Sentimiento callado. Meditativo. Es. No le interesa mucho o poco del mundo sus afanes. Mas o menos sus intereses radican en él. En ti.
Hay un amor en mí que no es comunicación, porque no necesita retroalimentación. Aunque la voz de él esté o no, no se va, no se borra, no se olvida. Acontecimiento personal. Muy privado. Muy mío. Amar porque sí. Amar porque nació en un día, en un mes inconcluso de veintiocho días. Amor que nunca muere. Siempre estuvo por allí, antes de él también, pero me hacía sonreir por cosas. En cosas amaba, en situaciones soñaba. Y un día apareció. Hoy estoy en él.
Como la materia, el amor es energía. No se pierde. No se destruye. Se transforma. Fluye. Es.
Decidí amar y nunca tomé esa decisión. La decisión me tomó a mí por sorpresa. Aquí estoy. La mano arrancó el corazón del pecho, de su centro. La mano, esa mano mía, se extendió. Regaló. A él. A ti el corazón. Mi corazón.
No necesita el implicado querer o no que lo amen. El suceso es inesperado. Inigualado. Incomparable. Increíble. No pide permiso para posarse, el amor sobre otro.  Le hablo nuevamente a él. Le hablo a la misma persona. Hablo del mismo hombre. Solo de uno. De ti.
Sigo siendo yo. Un poco rara tal vez. Ahora estoy repartida entre tú y yo. En la parte del yo no estoy tan presente, me he sorprendido de vez en cuando vagando en ti, sin permiso. Si me ves dime de mi parte que puedo seguir por donde quiera, y dime que te diga que no necesitas hacer nada. Todo está hecho aunque no esté elaborado. Asunto personal. Amor incondicional. Amor. Solo eso. Cuatro letras que contienen al mundo entero. Que giran al mundo. Lo que todos buscan. Felicidad. Felicidad, nombre de pila del Amor. Ah. Dime también que te diga que he soñado una vida entera contigo. En ti. Que te amo aunque no digas nada, aunque no te vea. Te amo por existir. Amo tu ser y tu sonrisa aunque no las vea todos los días. Solo quiero hacerte vivir con mi amor. Solo quiero explotar con una dinamita todo eso que siento, y construirte con eso una vida feliz. Una vida para dos, una vida para llevar.
Vengo a decirle a él. Sí, a ti, que te amo porque sí. Motivos hay y también no los hay. Es un misterio. No le estoy buscando respuesta. No me interesa. Mi vida está inundada al tope de sentimientos. No sé si un día te amaron así. Yo puedo describir lo que se siente ser el portador del amor aquél. Se siente muy lleno mi pecho que a ratos se desborda el río por mis ojos. El acontecimiento espiritual de la vida. De mi vida. Que me lleva a desearlo todo. A querer todo. A estar dispuesta a todo por vivir ésa vida en él. Contigo. Dormir en tu pecho todas las noches de mi vida. Y ojalá de mis próximas vidas. No caben dudas. Solo caben certezas. Mi vida se enamoró de él. Sí. De ti.



Minda

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El Encuentro Perdido.



01:10 am. Escribí adiós. Exagero. Dijimos  buenas noches. Buenas noches tú, buenas noches yo. El beso de despedida. Mua. El te quiero. La distancia que nos quedaba ardiendo en la boca, en la saliva, en la cama. El fuego del cuerpo ausente, presente. Las promesas no dichas, pero ya existentes, allí, presentes también. Un collage de cuerpo, almas, espacio, objetos decorativos que mis ojos distinguen a oscuras en mi habitación, anhelos, sueños. Tú y yo, así nomás. Nombres apellidos, sueños, más sueños. Anhelos, más anhelos. La puerta abierta estaba, y por allí salían sentimientos, iban a tomar aire al pasillo cuando me los gastaba de tanto sentirlos, y volvían a acostarse conmigo en mi cama. Sentimientos encontrados en el ambiente. Viajaban los tuyos y los míos los recibían. Algarabía. Y cayendo en cascada sobre mí cuerpo. Transitorio terreno: mi cuerpo. “Mi cuerpo” suena tan falso. Ahora que lo recuerdo parece haber sido el cuerpo de alguien más. Cerré los ojos. Ojos cerrados. Ojos en off. Ojos que no querían cerrarse y que obedecían órdenes, las mías. La frenética situación confusa de dormir al cuerpo cuando el alma quiere jugar a seguir amando. El sueño se avecinaba. En el trance de llegar al sueño apareciste. Te vi, nos vimos, unísona presencia. Verbo ser en acción pura. Momento flash. Ojos abiertos. Sueño trance finalizado. Corazón palpita; no te salgas corazón. No fue un sueño, no llegué a dormir del todo. Estaba despierta, estaba dormida. Cerrar los ojos de nuevo. El corazón palpitaba fuerte, más. Tun, tun, tun, tun. Basta. Manos temblando, y en medio de ellas las tuyas. Se sentía bien. Girar el cuerpo de izquierda a derecha, de derecha volver a la izquierda y acomodarse nuevamente para dormir. ¿Dormir?, ¿acaso dije dormir? Se sentía la presencia única de él, sí, la tuya. Ojos cerrados todo el tiempo, el encuentro de almas ocurría, transcurría. Casi dormida, otra vez, el corazón acelerado. Te ibas, tu ausencia pesaba. Te ibas y la desesperación en el pecho. Ojos abrir, miedo absoluto apoderándose. Apretar teclado de celular para que la luz sea alumbrando. Ojos vagando, desenfocados. Descifrar en el momento, imposible. Descifrar lo indescifrable. Describir lo indescriptible. Percibir lo imperceptible. Eso. No entender nada y entenderlo todo. Las antenas telecomunicadoras del espíritu cayendo. El cuerpo lo sintió, el cuerpo anunciando lejanía. Mirar pantalla de teléfono celular para volver en mí. Volvía en mí. Calma. Ojos cerrar. Cómo cuesta dormir cuando se ama de verdad, pensé. De nuevo cuerpo girado hacia la pared, lado izquierdo. Pensar en ti significa traerte a mí, otra vez, por default. No planeado. No planificado. No estratégico. Normal, natural. Como la vida, ocurre. Allí estaba tu alma recostada a mi izquierda. Empezó a colarse en mí. Nos unimos. Nos unimos sin planear. No en sexo, no en cuerpo. Nos unimos en alma. Comunión. Uno solo. Solo uno sin brazos, sin piernas, sin ojos ni boca ni piel. No cabello. No nada. Estábamos. Simplemente el verbo estar en ejecución plena. Cuando tienes al verbo estar en acción, entonces te fijas que simplemente eres. Dos verbos en uno. Dos verbos que comunican a la misma acción. Dos verbos y una sola acción. Personas convertidas en verbo. Los nombres decorativos que nos fueron dados al nacer, como identidad, son verbos. Tú y yo. Tú más Yo. Dos que suman uno. Dos pronombres sin interés de llamarse sino de conjugarse. Verbo. Acción. No dormía, no vigilaba. Nirvana. No medio punto sino punto medio. Allí, ni muy allá ni muy acá. En el centro del tiempo y el espacio. Un lugar sin nombre, sin ubicación. La consciencia de estar allí despertó el miedo. Huías entonces del lugar de nuestro encuentro que no era mi cuerpo pero tampoco estaba fuera de éste. Yo abandonaba el cuerpo para continuarte. El traje de piel que llevo usando ahora mismo, me quedaba grande. Me desprendía yo del atuendo, lo sentía flojo. Liberación repentina, momentánea. Fui consciente de aquello y el miedo me inundó nuevamente. Dosis doble de miedo. Terror. Seguía en marcha el deshacerme de mi cuerpo, y no lo había planeado. Segundos. Uno, dos, máximo tres. Como en los sueños, todo en corto tiempo y que resulta eterno. Ya no estabas más, ni siquiera cerca de mi presencia. Nada. Y yo que seguía levantándome lentamente del cuerpo humano. Cuerpo humano. Material. Ese que me recubre y permite habitar en este tiempo y espacio llamado vida. Mover las manos, los pies, la cabeza para traerme de vuelta. Funcionó. Funcionó pero seguía diez milímetros más lejos de mi cuerpo. Podía moverlo, dominarlo con mis pensamientos aún podía. Podía dominarlo aún pero mi alma ya no estaba colocada perfectamente sobre el molde. Ahora la diferencia era palpable. Mover la mano rápidamente. Alcanzar el teléfono celular para poder ver, ver y focalizar la mirada. Regresar como necesidad a mí, a lo que me han dicho que soy yo. Mi templo. Mi cuerpo. Dónde habito. Necesitaba regresar totalmente a la vida que casi estaba huída. La mano derecha no encontraba el celular. Desesperación en el  cuerpo, aún podía sentir. Era consciente de que al menos estaba allí todavía, conectada al cuerpo de alguna forma aunque me sintiera fuera de éste. Estaba. Pero estaba y no estaba. Sí y no. Sí pero no. Lo tuve entre mis manos. Encontré el bendito celular. Teclas pulsar. Ojos miran pantalla. Es tan extraño. El primer pensamiento al ver la luz: Tú. Tú que dormías allá en dónde estabas esa noche, anoche. Empezaba a volver en mí. La distancia entre mi cuerpo y yo ya se sentía de 5 milímetros. Era un avance al menos. Manos frías. Reviso tu último mensaje. Te pienso. Te escribo. Necesitaba contarte y decirte que estuviste conmigo mientras dormías. Decirte que casi me voy para alcanzarte allá, en tu cama. No. Para qué contar algo que no puedo siquiera describir bien en ese momento. Sentada. El cuerpo se compactó de nuevo con el alma. Cero milímetros de distancia. Estacionada por completo en mi cuerpo, mi casa. El templo. Siento temor de volver a la experiencia ocurrida. Sentí miedo que, de experiencia, se convierta otra vez en experimentación. Acomodar el cuerpo hacia la izquierda de nuevo. Googlear cualquier idiotez para leer y quedarme dormida de cansancio. Era mejor no pensar más. No sabía si había interferido en tus sueños. Tampoco quería volver a intentar escapar de mi cuerpo. Era hora de dormir. 2:08 am. El silencio de la noche me acosaba. Hablaba. Decía que intentaría irme otra vez. Traté de huir de mí y no pude. Abrir cajón con mano derecha. Sacar iPod. Kashmir. Yellow. Caer en el vacío del sueño. Aquí estoy.





Minda

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No se lo conté jamás a nadie


Las llamas quemaban, los dos cuerpos dormidos desnudos en la cama. Despertó él con el olor a humo, él la despertó a ella. La muerte habría llegado pensó él y tenía que pelear por su vida y la de su amor. Ella gritaba desesperada –No quiero morir, no todavía. Las sábanas entre las que se amaron, esas sábanas, los cuerpos cubrir –Moriremos. –No, estamos juntos. El fuego los esperó dos segundos mientras se besaron. Avanza ella descalza, él va detrás. Las llamas arden, huyen entre fuegos. las sábanas empiezan a arder también. Ella grita, él no ve nada, solo cierra los ojos mientras sigue corriendo, tratando de la puerta localizar. El agarra la perilla, la maldita perilla que destroza su mano, las llamas nuevamente le dan un tiempo “bonus”, tres segundos, él piensa en ella, no puede volver a buscarla, su cuerpo está quemándose también, las llamas quitan la pausa, y él prosigue, se atreve a agarrar la puerta con el poco espacio sin quemar de la sábana, se descubre la cara. El grita -La abrí, la abrí, nos salvamos, la abrí. Ella no responde y él escucha un llanto. Abrió la puerta, el incendio no ha ocupado aún toda la casa, puede correr a penas hacia la puerta principal, la que está en la pequeña sala de su casa para buscar ayuda. Afuera todos, los vecinos, los bomberos apenas llegando se alistan a apagar el fuego, los perros aullando a la luna en la esquina derecha de la casa junto a la cerca, la esposa. Sí, dije su esposa, ésta lo recibe y llora, llora como nunca antes vi llorar a una mujer. Le quita las sábanas, llama a una ambulancia. Está quemado, está herido, el rostro presenta quemaduras, las manos no las puede mover, los pies destrozados, casi no respira. Lo suben a la ambulancia, él no quiere, él grita: -sáquenla a ella, sáquenla. La esposa pregunta a quién. El solo dijo -la amo, salvenla. Los bomberos apagan el fuego. Ella ha muerto y nadie sabe quién es ella, solo saben todos que está desnuda. El murió camino al hospital. A la esposa a veces la veo limpiándose una lágrima, a veces dos. Aún llora por él, a veces es amor, otras veces son solo lágrimas de odio.




Minda

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Lo que el viento un día se llevó




No se acostumbra al ruido del mundo, al que es realmente fuera del vientre de mamá, lo probó ya y quiere huir. Solo se le apetece llorar, no sabe qué más hacer, no tiene aún ideas como para organizar pensamientos, que ausentes también, dejan a sus lágrimas más espacio por donde circular.

Espera que mamá comprenda el motivo de su lamento. Espera que mamá se dé cuenta de que no quiere que se le despegue la hoguera de su cuerpo jamás, que siente frio todo el tiempo aunque la arropen con cobijas, que necesita su calor humano, que todavía quiere coexistir y ya la lanzaron de golpe a la soledad, al cuerpo de a uno.

Se siente tan pequeña, minúscula, desvalida… tan sola. Se le olvidó que hace nueve meses ya que es humana, que ya no es más espermatozoide y óvulo, que ahora es vida, ¡Vida!... Y ella solo llora, y ella no entiende lo grandioso, la gloria y el triunfo que su vida significa, que aún envuelta entre sus océanos de lagrimas de cristal, es la luz de los  ojos de papá, de mamá y de cuánto ojo oportuno se cruce por su delante para admirarla.





Es que era muy bella, tanto, que cinco días fueron suficientes para que a cualquiera le quedara claro que sus ojos verdes eran un mar inmenso, que su piel era la vida y su vida… un Sol, un inmenso sol.


No hay nada más que contar.



Minda.

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El enviado del Cielo



Esta mañana, mientras la taza de café iba viajando hacia mi boca y mis ojos posados estaban en el diario que sostenía con la mano izquierda, vestido de blanco y negro apareció un hombre sentado a mi mesa.  Me asusté tanto que caí de la silla al verlo, pero, al instante me propiné dos bofetadas para hacerme reaccionar, (si era un ladrón debía enfrentarlo con mi valentía de hombre, de varón), así es que me recuperé de inmediato y me senté en la silla nuevamente, temblando, e iba a hablarle aunque no sabía qué decir, pero se antepuso su voz a mis palabras: -Vengo del cielo, tranquilízate. Es obvio que no podía tranquilizarme, pero ordené en silencio a mi rostro destensionar sus elementos, aflojar sus expresiones de espanto, e invoqué a la relajación y confianza, y proseguí,  -¿A qué vienes? -A conversar, respondió.  Me señaló con el dedo aquel que todos usamos para dicho acto,  lanzó un suspiro antes de abalanzarme lo que sería “la bola criminal de palabras”, abrió la boca nuevamente y prosiguió: “Ya es tarde para desear eso que quieres, deberías estar embarcado de regreso en el buque de los sueños, cosechando, mejor dicho riendo. Ayer pensaste que eras un niño, un jovencillo y por eso nada hiciste, y hoy, el reloj dice que ya estas viejo. Ríndete, mejor descansa, hay otros, jóvenes, esos sí jóvenes, a quienes les pertenece el mundo, tu tiempo ya pasó. El Señor de los Cielos te trae este mensaje, recíbelo con sabiduría y amor”.


… Y los sueños míos que lo escucharon y se me resbalaron hasta las esquinas de los ojos  y desde ahí les permití rodar hacia afuera.  Caían mis sueños en gotas, y, a punto estos de tocar el mundano suelo coloqué mi mano para ampararlos, y la razón que no me funcionaba ya como solía hacerlo, y yo que en silencios le daba los créditos de la verdad a las palabras del enviado del Cielo.
La mirada la apunté hacia otro lado para no mirarlo, divagué entre las baldosas, los platos sucios del lavadero y volví mis ojos a la mesa nuevamente. Me encontré con la cara de el hombre que tenia sentado delante de mí  en el diario, con un titular que decía “Impostor del Cielo: Fantasma destructor de sueños anda suelto”.




Minda

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“La espectadora”



Mi pasión desprendía, de entre sus ganas enormes por sentir y tan solo sentir, alguna ilusión pasajera. Se empezaba a enamorar de miserias, de insignificancias que daban sentido al momento llano y sin fascinación por el que atravesaba. Iban fluyendo entonces crecientes corrientes de vida llevadas de la mano por simplicidades como del tic tac del reloj de pared, de la respiración de Juanito, mi perro que yacía descansando a pocos centímetros de mis pies; de la suavidad de las cobijas que cubrían celosamente mi cuerpo, de la precipitación de mi corazón por sentir todas esas cosas. Estaba cayendo empedernidamente en el amor, en la pasión, en todo, y es que no era yo un ser privado del todo a la vez. En la carencia parcial de sentido que tenía mi vida, penosamente debo reconocer que empecé a aferrarme a objetos, circunstancias o lo que fuera que me ayudara a sentir a la vida corriendo, precipitándose a saltar hacia el abismo del sentir, del querer, del amar. Mas bien empecé aferrarme a mi capacidad por amar lo que fuera,  lo que sea. Entonces  la vida me empezaba a parecer ser un momento de cruciales encuentros con el amor.
La vida era la oportunidad maravillosa de poder ser un ente repleto del culto a la adoración en cada paso dado en la avenida, en cada acera, en cada cuadrícula que formaba la cerámica del piso de mi casa y la casa de mi abuela, de cada escalón en el cerro que queda junto al río, de cada milímetro o milésima de la piel humana.


Todo tenía más color y mas brillo cuando mi actividad favorita diaria empezaba a marchar, sentía el amor recorriéndome las venas, la dermis, la epidermis y la razón. Amor a la vida y sus placeres. Y así, le daba paso a lo bello, a mi mayor diversión del día: agarrar el diario, ubicarlo debajo del brazo, movilizar los pies hasta unos 3 km más al este de casa, ubicarme en el parque que centradísimo espiaba la vida ajena, y que yo ayudaba en su labor, y así, me predisponía a vigilar yo también, mientras fingía leer en aquel periódico, que databa del año  2006 las mismas noticias, todos los días, con el mismo papel en mano. Por suerte nadie se acercó a revisar la fecha y analizar que siempre me quedaba estancada observando en la misma página, número 2, las tiras cómicas: Mafalda, Olafo El Amargado, Beto El Recluta y Popeye, haciendo de las suyas, y yo que podía contar sus fechorías y aventuras con ojos cerrados y ganar un premio por poder hacerlo mejor que el abecedario  y las tablas de multiplicar.


El parque albergaba cada persona, cada caso, cada historia hablada o muda. Las mejores eran las historias mudas, casi a lo Chaplin, esas que se pueden deducir con sólo observar la postura de la persona, la mirada,  los labios, la actitud, aunque se encuentre solitaria…
Todo esto era mejor que vivir para un televisor que transmitiera en su programación telenovelas. Estas novelas eran mejor, tenían un único director: Yo, que podía lograr lo que se me diera la gana en la vida de uno o dos o tres seres en el mismo rato. Podía involucrarlos entre ellos si se me antojaba. Podía empezar con la realidad de lo que demostraba su lenguaje corporal y luego variar el caso según como estuvieran mis ánimos de improvisación, y ficticiar la situación. Crear una historia entre varias personas del mismo sitio que no se conocían en la vida real, que jamás en su vida habían hablado entre sí, que compartían el mismo radio en la circunferencia de la fuente de los pececillos y tortugas donde estaban parados, pero que ni siquiera se miraron jamás en algunos casos. Qué sabrán ellos algún día que vivieron tanto en cuestión de cinco, diez o tal vez veinte minutos!! Que tuvieron romances, encuentros amorosos, líos, historias de hadas, días enteros felices. Vidas paralelas que me hacía feliz de crear. Seguramente a ellos les gustaría saber un día que alguien los hizo vivir tanto a sus espaldas.


Desperdicio llamarán algunos a mi día maravilloso que me dejaba como resultado  ser La Espectadora de la vida. Yo  por cuenta propia no me atrevía a vivir, sólo a observar. Sería más fácil evitar las frustraciones que tendrá el resto luego de fracasar en el intento por los sueños, que arrojarme a ellos. No quiero ser como en la vida real serán tantos miles de transeúntes del parque, de las calles aledañas, de los caminos de toda la ciudad donde yo  siempre soy “La espectadora”.



El día prosiguió, y la noche llegó…

Mi visión nocturna se despejaba entre los nubarrones que de alguna contienda entre mi boca y el tabaco quedaba en medio de la penumbra de una noche de jueves… Tanto recuerdo que era jueves porque en la antesala de aquella oscuridad, antes también de que la tarde cayera y sucediera  todo el bendito día, por la mañana, como en todas las mañanas, escuchaba gritar al comentarista radial de  la estación AM que me despertaba siempre, feliz, cada bendito día quinto de la semana: “El mejor día de la semana, JUEVES, porque ya empieza viernes y luego fin de semana. No hay más motivos pero me encanta este día”.
La cama que amparaba mi cuerpo era cómplice de una imagen casi quimérica, que ante mis ojos incrédulos se despejaba de entre el humo que quedaba del último soplo del cigarrillo que mi ansiedad consumía. Mi habitación se preparaba a divisar, entre la suavidad del momento y la angustia del desasosiego, lo que jamás pensé en aquel momento.


El cansancio de aquel día de excesiva observación puede haber provocado que, tal vez, me haya dormido tan pronto y no pude distinguir en qué momento empezó la transición hacia mi sueño, no lo sé, pero aparecía al finalizar de la ultima nube algo, o mejor dicho, alguien desde un espiral que giraba aceleradamente, con varias cosas juntas alrededor: Un gato, seguido, una corbata, seguido unos zapatos rosa, y seguido discos de Indie rock, estos últimos comenzaron a desfilar desde  el aire como dagas potentes hacia mí, tuve que esquivar varios para evitar un golpe.
 El momento traía consigo música que me es casi imposible recordar. Quiero  insistir que creo que sólo  fue  un sueño; como persona agnóstica empedernida quiero recalcar que no puedo asegurar como real lo que menciono y casi asevero convencida en este momento.


El gato podía hablar. Me gustaría saber desde que dimensión venia a visitarme este ser, blanco, de ojos verdes y orejas cafés:

-        Te he observado todo este tiempo, desde el 24 de septiembre de 2006 que empezó tu fascinación por observar a otros,  y desde otro lugar, te hemos estado observando a ti. Se te cumplió uno de los deseos que pensaste tendría cualquiera de tus espectadores, que quisieran enterarse cuan personaje o personalidad son para el mundo de alguien que se inventó una vida paralela a la suya, que les inventó un mundo para ellos solos. –
 


Agarró la corbata, la ubicó en su cuello, lo cual era señal de gala. La música de ese momento la recuerdo retumbándome las oídos, un redoble de tambores y trompetas se alistaban. Estaba a punto de ocurrir el acto más significativo de la noche. El Gato había llegado hasta ahí para algo mucho mas trascendental que darme un saludo. El Gato venia para tornar la noche en una de completa Gala:


-       – Vengo en representación de “El Mundo del Hemisferio Izquierdo del Cerebro”, soy el mensajero y encargado de observarte desde hace mucho. Me enorgullece ser el portador de tan buenas noticias, y del merecido galardón que se te otorga como muestra del reconocimiento a tu gran imaginación, del aporte a la buena intención y voluntad con la vida de las personas que ni siquiera conoces, aunque te falta una parte, y es que deberá ser el siguiente paso – es un consejo –  le dijo,   cristalizar de alguna manera el talento que tienes para ser un aporte a la humanidad. Hago la entrega así entonces de los Zapatos Rosa. Son una muestra de que la labor que desempeñas es valiosa en Nuestro Mundo, y que esperamos así motivarte y que tu colaboración en el sea más asidua y palpable para el mundo en el que vives. Los discos de Indie Rock no tienen nada que ver contigo, perdón si casi te rompo la cabeza, pero no puedo viajar sin música jamás.  –
 

Hizo una venia en señal de despedida, agarró los discos y desapareció de inmediato, quedando nuevamente la recamara con el mismo aspecto previo a la visita, oscuro, tremendamente vacio, solamente Juanito y yo acostados.


A la mañana siguiente Juanito ladraba junto a la mesita de noche. El gato de peluche de mi hermano, una corbata de mi padre, y los discos de Indie Rock de mi colección favorita, echados todos en el piso… Y yo, con los zapatos Rosa de mi fiesta de cumpleaños número quince, puestos en los pies, habían ensuciado las blancas cobijas, cómplices de tremendo encuentro.




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LA LUNA ES DE QUESO



¿¿Que la luna es de queso??...



Con razón tenía tantas ganas de devorarla anoche, después de todo no en vano soy una gran rata nocturna que merodea por los rincones de una inquieta ciudad…


¿Que si es de queso?... Que siiiii… Hombre, yo misma subí anoche al cielo, no sé cómo, no me lo pregunten, pero me acerqué a ella, rocé, con mis dedos, su cuerpecillo enorme redondo, helado como la vida que quisiera llevar y comprobé, con estos dos ojos que ven puestos en mi cara, que era un gigantesco pedazo de queso sostenido por no sé cual perfecto efecto, en el inmenso escenario nocturno.


Puedo decírselo YO, en primera persona, con un orgullo flameante en mi rostro y pecho de roedor, que la vi, la olí, la toque, la acaricié…. Y sí, era de queso.
Su olor me enloqueció por completo, pero más me enloqueció en el momento en que una palabra casi silenciosa salía al parecer de uno de  sus orificios lácteos. ¡Ella me habló!


No entendí nada de lo que acababa de decir ella, su lenguaje me pareció diferente al que yo conozco completamente bien, el castellano, así es que asumí que ella no era hispanohablante. A pesar de esto, por algún motivo desconocido, como tantos que siempre vivo desconociendo, siendo yo una ratilla, hubo algo que si entendí completamente: cuando ella empezó a cantarme.


Y es que existe un lenguaje que va mucho mas allá de las palabras, existe un lenguaje universal que la comunicación tradicional conocida utilizó como base para desarrollarse y evolucionarse: el Lenguaje del Alma, el que no necesita palabras para poder expresar lo que cada uno lleva por dentro, lo que el ambiente del lugar lleva consigo y que transmite a cada uno…


No les quiero alargar el cuento señores, ni pretendo cansarles con la historia bien vivida de una humilde rata que comprobó que la luna es de queso, sólo pretendo contarles lo que me paso. Y les concluyo que aunque la lunita hermosa me cantó, y vaya que tenia linda voz, mis instintos primitivos de supervivencia me llevaron a hacer algo que terriblemente tengo que confesar ante ustedes, aunque la vergüenza me consuma desmesuradamente, y es que…


…  ¡Me comí a la luna anoche!... No podía desaprovechar el pedazo más grande de queso que en mi minúscula vida tal vez volvería a tener tan pero tan cerquita a mí. Y por eso lo hice. Me siento tan mal, tan culpable por haberlos dejado a todos ustedes sin la posibilidad alguna de volver a verla en las noches de todo el planeta tierra, por mi egoísmo, pero ya está, me la comí.


Señores soy culpable, yo misma me declaro así, pero una cosa si deberían considerar antes de juzgarme, y es que gracias a mi, ahora todos saben que LA LUNA SI ES DE QUESO, o bueno, mejor dicho, era de queso… Ah, y por cierto, hay otra cosa que siempre dice la gente bocona acerca de las nubes, que no es cierta: las nubes, esas si que NO son de algodón.


Minda

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Elvira llovía


Por un momento magistral, el mundo se detuvo
Ella, que peinaba una muñeca, no sabía que el día quería llorar,
Sintió el roce en la mejilla de una solitaria chispa helada,
Y seguido, amiguitas de aquella gotita, salieron también desfilar.


Jugaban a caer y a ser libres, mientras aquella tarde anhelaba desaparecer,
La tristeza en su rostro de forma terráquea a medias y nublada era imponente,
Su color mutó, su esencia cambió, y tan solo en silencios lloró.


Ella buscó un lugarcito para su muñeca sin éxito
Se le dañaría su peinado de niña hermosa rubia,
Mas sin poder meter sus cuerpos en un refugio
Se estancó en el patio entre las hojas mojadas.


Se quitó el vestido para tapar a su pequeño maniquí de juegos,
la protegía a su Elvira, y ésta amaba la lluvia en silencio,
mientras Ella la cubría, Elvira, en tristezas se sumergía.


¿Por qué solo su dueña podría sentir esa agüita viva mojándole su ser
Si la lluvia decidía caer sobre toda la divina creación?
¿Por qué sería ella justamente la única privada del momento?
Lloraba, mientras su alma y la de ese día triste se convertían en homogéneas.


Quería soltarse del plástico que la cubría,
El material aquel, separador oficial entre la libertad y el encierro,
Era una muñeca más, aunque por dentro fuera una muñeca menos.


Y así, Ella era feliz por cuidar de su ficticia hija,
Su muñeca, y ficticia hija a la vez, era triste por no sentir a la vida,
La noche, feliz, porque se avecinaba su arribo triunfal
Y el día triste y sin saber los por qué, no pudo parar de llorar.


Minda.

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