Sábado

                                                   
    9AM

Nace el día desde el momento en que yo decido nacer una vez más. Broche final a los sueños.  Desde la quietud empezar a ser sin hacer. Sin molestar el descanso del cuerpo. Empezar a existir de nuevo sin haber dejado de hacerlo nunca. Con la extraña coincidencia de que hoy también es hoy. Como ayer. Con la conciencia un tanto dormida. Ensoñada. Dejarla despertarse de a poco. No quiero ser brusca con ella. La ventana entreabierta. En ella incrustado está el sol. Como un afiche de verano. Es verano. El astro rey en el mismo sitio que ayer. Intacto. Tengo la sensación de que nunca se fue. Que nunca fue anoche. Como si la noche que acabo de pasar nunca fue. Hace veinticuatro horas estaba ahí mismo ése mismo sol. No se ha movido ni un solo centímetro a la derecha ni a la izquierda. ¿Y la vastedad que tiene para moverse a su antojo qué? ¿Acaso no tiene antojos? Quizá solo soy yo quien va cambiando. Ya empezó a transcurrir el día que no me esperó para empezar. Pasa el tiempo. Y aunque el tiempo pase como si nada, se va llevándote... Y dejándote nuevo. Todo a la vez. Ahí sigue la ventana. Aquí yo. Usaré mi pensamiento solo para pensar que no pienso en nada. Sábado. Sí. Ayer fue viernes. O al menos eso decía el calendario. Pero cómo saber si era sábado realmente. A veces sospecho que los días no se llaman como se los conoce. ¿Y qué tal si les suplantaron la identidad? Fácilmente podrían no ser el que dicen ser sino una invención. El invento de quién les cambió el nombre... El original. Quién sabe si el Sábado se llama Enrique, o José, o Ignacio... O algo más complejo y no descubierto aún. Algo como Sesinio. Andramo. Bimuro. Algo que tampoco podría ocurrírseme a mí porque yo tampoco lo inventé. Sencillo. Y mientras tanto él sigue. No le importa si estoy en desacuerdo con su nombre. Sábado. Te largas sin mí que me quedo pensando en ti. ¿Así me pagas?... Será mejor que vuelva a usar mi pensamiento para volver a pensar que no pienso en nada.



Minda

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La inspiración no es un lugar físico.



Me siento a solas conmigo. Armo con mis piernas un loto y con mis manos lo decoro. Atino a encontrar ahí dentro la inspiración. Vago en el silencio amplio del lago negro de mis párpados cerrados. Ahí estoy yo sentada a solas conmigo y con todos los que conformamos yo. Con todo. Estoy conmigo y con el universo. Él y yo somos uno solo y él es infinito. Eso es en lo que creo. Pero también soy finita porque mañana me moriré. Y porque no se me ocurre nada ahora que lo necesito. Maldita sea. Y ahí sentada me esfuerzo por disolverme en ese negro que veo y emerger alguna idea que se deje expresar. Quiero sufrir un parto. Desgarrarme el vientre de ser posible. Parir aunque duela. Pero no hay nada que parir hoy. Me estoy obligando y no sucede nada. Ni la disolución ni la inspiración. El momento creativo es como el amor. No sucede cuando te da la gana sino cuando tiene que suceder. Es como el amor porque también es el amor. Pero aunque lo racionalice así tampoco puedo parar de intentarlo. Y de concebir una idea también. Quince minutos más tarde no ha funcionado. Me paro. Camino. La sala está inundada de luz. Los edificios brillan como si nunca antes hubieran brillado. Recuerdo entonces que todo es nuevo hoy aunque ayer ya sucedió también. Ya en la cocina bebo agua. No pienso en nada. Y aún no pensando en nada sé que en cada sorbo sigo buscando aunque la búsqueda ya cesó. Regreso a la habitación. El ordenador me sigue esperando con el cursor palpitando intranquilo en la pantalla. El cursor en plena taquicardia me sigue esperando. No sé qué decirte, ordenador. Ya no sé qué más decirte. Es cierto que no te he dicho nada. Pero precisamente por esto tú sabes, porque me conoces, que hoy no tengo nada que decirte. Deja de mirarme así por favor. Se me ocurre pedirte que co creemos algo. Piensa tú también. Siente tú también. Ayúdame. Es que a veces ya no puedo con la responsabilidad de ser una fuente de la que brota la creación de la nada. Es que ser Dios ha sido una responsabilidad muy grande. Lo es. Por hoy creo que renuncio a ser Dios. Hoy solo quiero ser humano nada más. Hoy quiero volver a creer en el Dios de las religiones. El que tiene formas humanas, el que castiga. Solo para tener a quién echarle la culpa de lo que no sé. De lo que no se me ocurre. De lo que no puedo crear porque tengo miedo. Miedo de qué, tampoco lo sé. Mañana retomaré mi papel creador. Porque ser Dios ha sido muy pesado de ejercer todos los días. Porque hoy necesito volver a creer que existe el destino y que hace lo que quiera con las personas. Prefiero pensar que soy el trampolín sobre el que las palabras realizan su salto cuántico cuando les da la gana. Que soy un instrumento de ellas. Que me usan a su antojo, y qué. Que aparecen de una dimensión desconocida y yo no tengo nada que ver en ese asunto. Me lavo las manos. Me desligo de la responsabilidad. Y aunque no convenza nada de lo que acabo de decir, será mejor que por hoy me retire aunque siga llevando conmigo lo que piense, lo que siento y hasta lo que no siento, a cualquier lugar que vaya.


Minda.

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