“La espectadora”



Mi pasión desprendía, de entre sus ganas enormes por sentir y tan solo sentir, alguna ilusión pasajera. Se empezaba a enamorar de miserias, de insignificancias que daban sentido al momento llano y sin fascinación por el que atravesaba. Iban fluyendo entonces crecientes corrientes de vida llevadas de la mano por simplicidades como del tic tac del reloj de pared, de la respiración de Juanito, mi perro que yacía descansando a pocos centímetros de mis pies; de la suavidad de las cobijas que cubrían celosamente mi cuerpo, de la precipitación de mi corazón por sentir todas esas cosas. Estaba cayendo empedernidamente en el amor, en la pasión, en todo, y es que no era yo un ser privado del todo a la vez. En la carencia parcial de sentido que tenía mi vida, penosamente debo reconocer que empecé a aferrarme a objetos, circunstancias o lo que fuera que me ayudara a sentir a la vida corriendo, precipitándose a saltar hacia el abismo del sentir, del querer, del amar. Mas bien empecé aferrarme a mi capacidad por amar lo que fuera,  lo que sea. Entonces  la vida me empezaba a parecer ser un momento de cruciales encuentros con el amor.
La vida era la oportunidad maravillosa de poder ser un ente repleto del culto a la adoración en cada paso dado en la avenida, en cada acera, en cada cuadrícula que formaba la cerámica del piso de mi casa y la casa de mi abuela, de cada escalón en el cerro que queda junto al río, de cada milímetro o milésima de la piel humana.


Todo tenía más color y mas brillo cuando mi actividad favorita diaria empezaba a marchar, sentía el amor recorriéndome las venas, la dermis, la epidermis y la razón. Amor a la vida y sus placeres. Y así, le daba paso a lo bello, a mi mayor diversión del día: agarrar el diario, ubicarlo debajo del brazo, movilizar los pies hasta unos 3 km más al este de casa, ubicarme en el parque que centradísimo espiaba la vida ajena, y que yo ayudaba en su labor, y así, me predisponía a vigilar yo también, mientras fingía leer en aquel periódico, que databa del año  2006 las mismas noticias, todos los días, con el mismo papel en mano. Por suerte nadie se acercó a revisar la fecha y analizar que siempre me quedaba estancada observando en la misma página, número 2, las tiras cómicas: Mafalda, Olafo El Amargado, Beto El Recluta y Popeye, haciendo de las suyas, y yo que podía contar sus fechorías y aventuras con ojos cerrados y ganar un premio por poder hacerlo mejor que el abecedario  y las tablas de multiplicar.


El parque albergaba cada persona, cada caso, cada historia hablada o muda. Las mejores eran las historias mudas, casi a lo Chaplin, esas que se pueden deducir con sólo observar la postura de la persona, la mirada,  los labios, la actitud, aunque se encuentre solitaria…
Todo esto era mejor que vivir para un televisor que transmitiera en su programación telenovelas. Estas novelas eran mejor, tenían un único director: Yo, que podía lograr lo que se me diera la gana en la vida de uno o dos o tres seres en el mismo rato. Podía involucrarlos entre ellos si se me antojaba. Podía empezar con la realidad de lo que demostraba su lenguaje corporal y luego variar el caso según como estuvieran mis ánimos de improvisación, y ficticiar la situación. Crear una historia entre varias personas del mismo sitio que no se conocían en la vida real, que jamás en su vida habían hablado entre sí, que compartían el mismo radio en la circunferencia de la fuente de los pececillos y tortugas donde estaban parados, pero que ni siquiera se miraron jamás en algunos casos. Qué sabrán ellos algún día que vivieron tanto en cuestión de cinco, diez o tal vez veinte minutos!! Que tuvieron romances, encuentros amorosos, líos, historias de hadas, días enteros felices. Vidas paralelas que me hacía feliz de crear. Seguramente a ellos les gustaría saber un día que alguien los hizo vivir tanto a sus espaldas.


Desperdicio llamarán algunos a mi día maravilloso que me dejaba como resultado  ser La Espectadora de la vida. Yo  por cuenta propia no me atrevía a vivir, sólo a observar. Sería más fácil evitar las frustraciones que tendrá el resto luego de fracasar en el intento por los sueños, que arrojarme a ellos. No quiero ser como en la vida real serán tantos miles de transeúntes del parque, de las calles aledañas, de los caminos de toda la ciudad donde yo  siempre soy “La espectadora”.



El día prosiguió, y la noche llegó…

Mi visión nocturna se despejaba entre los nubarrones que de alguna contienda entre mi boca y el tabaco quedaba en medio de la penumbra de una noche de jueves… Tanto recuerdo que era jueves porque en la antesala de aquella oscuridad, antes también de que la tarde cayera y sucediera  todo el bendito día, por la mañana, como en todas las mañanas, escuchaba gritar al comentarista radial de  la estación AM que me despertaba siempre, feliz, cada bendito día quinto de la semana: “El mejor día de la semana, JUEVES, porque ya empieza viernes y luego fin de semana. No hay más motivos pero me encanta este día”.
La cama que amparaba mi cuerpo era cómplice de una imagen casi quimérica, que ante mis ojos incrédulos se despejaba de entre el humo que quedaba del último soplo del cigarrillo que mi ansiedad consumía. Mi habitación se preparaba a divisar, entre la suavidad del momento y la angustia del desasosiego, lo que jamás pensé en aquel momento.


El cansancio de aquel día de excesiva observación puede haber provocado que, tal vez, me haya dormido tan pronto y no pude distinguir en qué momento empezó la transición hacia mi sueño, no lo sé, pero aparecía al finalizar de la ultima nube algo, o mejor dicho, alguien desde un espiral que giraba aceleradamente, con varias cosas juntas alrededor: Un gato, seguido, una corbata, seguido unos zapatos rosa, y seguido discos de Indie rock, estos últimos comenzaron a desfilar desde  el aire como dagas potentes hacia mí, tuve que esquivar varios para evitar un golpe.
 El momento traía consigo música que me es casi imposible recordar. Quiero  insistir que creo que sólo  fue  un sueño; como persona agnóstica empedernida quiero recalcar que no puedo asegurar como real lo que menciono y casi asevero convencida en este momento.


El gato podía hablar. Me gustaría saber desde que dimensión venia a visitarme este ser, blanco, de ojos verdes y orejas cafés:

-        Te he observado todo este tiempo, desde el 24 de septiembre de 2006 que empezó tu fascinación por observar a otros,  y desde otro lugar, te hemos estado observando a ti. Se te cumplió uno de los deseos que pensaste tendría cualquiera de tus espectadores, que quisieran enterarse cuan personaje o personalidad son para el mundo de alguien que se inventó una vida paralela a la suya, que les inventó un mundo para ellos solos. –
 


Agarró la corbata, la ubicó en su cuello, lo cual era señal de gala. La música de ese momento la recuerdo retumbándome las oídos, un redoble de tambores y trompetas se alistaban. Estaba a punto de ocurrir el acto más significativo de la noche. El Gato había llegado hasta ahí para algo mucho mas trascendental que darme un saludo. El Gato venia para tornar la noche en una de completa Gala:


-       – Vengo en representación de “El Mundo del Hemisferio Izquierdo del Cerebro”, soy el mensajero y encargado de observarte desde hace mucho. Me enorgullece ser el portador de tan buenas noticias, y del merecido galardón que se te otorga como muestra del reconocimiento a tu gran imaginación, del aporte a la buena intención y voluntad con la vida de las personas que ni siquiera conoces, aunque te falta una parte, y es que deberá ser el siguiente paso – es un consejo –  le dijo,   cristalizar de alguna manera el talento que tienes para ser un aporte a la humanidad. Hago la entrega así entonces de los Zapatos Rosa. Son una muestra de que la labor que desempeñas es valiosa en Nuestro Mundo, y que esperamos así motivarte y que tu colaboración en el sea más asidua y palpable para el mundo en el que vives. Los discos de Indie Rock no tienen nada que ver contigo, perdón si casi te rompo la cabeza, pero no puedo viajar sin música jamás.  –
 

Hizo una venia en señal de despedida, agarró los discos y desapareció de inmediato, quedando nuevamente la recamara con el mismo aspecto previo a la visita, oscuro, tremendamente vacio, solamente Juanito y yo acostados.


A la mañana siguiente Juanito ladraba junto a la mesita de noche. El gato de peluche de mi hermano, una corbata de mi padre, y los discos de Indie Rock de mi colección favorita, echados todos en el piso… Y yo, con los zapatos Rosa de mi fiesta de cumpleaños número quince, puestos en los pies, habían ensuciado las blancas cobijas, cómplices de tremendo encuentro.




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