Un día de la Filósofa de Pacotilla.



Un día más. Algunos me contradicen. Opinan que esto es un día menos. Días y días. Pero hoy solo es un buen día. Sonó la alarma, el trabajólico sol se levantó primero que yo. Lo supe al abrir los ojos. Ahí estaba él sobre mis sábanas. Entrando a las fuerzas a mi casa. Empujándose por entre una rendija de la cortina. No le dije nada por colarse. Abrí la ventana para dejarlo entrar con furia a mi mañana. Le dejé pegarme. Vamos Sol, golpéame con fuerza. Me azotó el rostro. Mis piernas en loto me enraizaron. No al piso sino al equilibrio. Mi cuerpo se siente flor. Estoy brotando como la primavera. Hacia adentro. Voy creciendo como un árbol grande. La copa del árbol es la raíz y la raíz la copa. El árbol que en sus dos lados crece hacia el infinito. Crece pero no se expande ni se contrae.  Solo está creciendo. Allí están mis ojos abiertos hacia adentro. Mis párpados los cubren del mundanal espectáculo. Los misterios del mundo revelados en la quietud del espacio que está adentro y afuera. Puedo verlo adentro mejor. Puedo ser allá. Donde pierde relevancia el ruido diario. Comprendo entonces que sin ser uno de los mosqueteros soy uno en todos y todos en uno.  El universo deja de ser entonces una definición. Ya no es. No llega a ser nada. Se destruye el concepto y queda un silencio grande indefinible. Definir significa delimitar nuevamente. Decir qué es. Poner un límite. Prefiero sentir y dejar los conceptos para los filósofos. Yo soy filósofa sí. Pero de pacotilla. Y a los filósofos de pacotilla se nos permite violar nuestra condición de sabios. Transformarse en ignorantes. Sentada aquí desaprendo. Estoy volviendo a alguna parte de la que salí. Volver significa ser. Es un viaje hacia allá. Y un profundo viaje hacia aquí y ahora.


Mindi

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